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‘No nos queda nada’: una oleada de migrantes llega a la frontera, mientras Biden prepara su gobierno

Publicado el 15 de diciembre de 2020
por Miriam Jordan para The New York Times. Foto por Adriana Zehbrauskas

Era una mañana helada de diciembre cuando la Patrulla Fronteriza avistó a los dos migrantes en medio de una maraña de arbustos, para ese entonces llevaban seis días vagando sin rumbo en el desierto. Se habían perdido en el último tramo de una travesía de un mes desde Guatemala, en la que solo se encontraron con manadas de pecaríes, coyotes solitarios y cactus punzantes mientras caminaban tambaleantes hacia el norte. Agotados, sedientos y con frío, no se resistieron al arresto.

Menos de dos horas después, los agentes ya los habían sometido al procedimiento jurídico correspondiente y los trasladaron al otro lado de la frontera, a México. Alfonso Mena, con pantalones de mezclilla rotos en las rodillas, temblaba al lado de su compañero en una banca a menos de 274 metros de Arizona y lloraba de manera desesperada.

“¿Qué no harías para ayudar a tus hijos a salir adelante?”, dijo. En Houston, le esperaba un trabajo como jardinero, afirmó, y su familia contaba con él. “No somos malas personas. Venimos a trabajar”.

No era la primera vez que intentaba entrar a Estados Unidos. Y lo más probable es que no fuera la última.

Las entradas no autorizadas al país están aumentando como un desafío al cierre que impuso en la frontera el presidente Donald Trump durante la pandemia y, al parecer, podría ser el primer reto a la promesa del presidente electo Joe Biden de adoptar una política más compasiva a lo largo de la frontera de 1770 kilómetros de Estados Unidos con México.

Tras un declive significativo de cruces fronterizos durante la mayor parte de este año, las capturas de migrantes no autorizados en la frontera Arizona-México de nuevo están al alza: las detenciones en octubre se incrementaron un 30 por ciento comparadas con las de septiembre, y se prevé que la cifra sea aún mayor en los próximos meses, a pesar del clima helado del desierto sonorense.

Las cifras en aumento sugieren que la política de expulsión del gobierno de Trump, una medida de emergencia para frenar la propagación del coronavirus, está motivando a los migrantes a hacer intentos repetidos de entrar, por rincones cada vez más remotos, hasta lograr cruzar la frontera sin ser vistos.

Además, es muy probable que ellos sean la punta de lanza de una oleada mucho más grande dirigida a la frontera, según dicen los analistas de inmigración; a medida que una economía cada vez más debilitada en Centroamérica, el desastre causado por los huracanes Eta e Iota y las expectativas en torno a una política más permisiva en la frontera estadounidense motivan a cantidades cada vez mayores de personas a viajar a Estados Unidos.

Nuevas caravanas de migrantes se formaron en Honduras en las últimas semanas, pese al confinamiento impuesto en la nación debido al coronavirus, con el fin de emprender la travesía hacia Estados Unidos, pero se les impidió salir del territorio. Además, la pandemia ha diezmado el sustento de muchos en México, lo cual ha propiciado un incremento de migración desde este país tras una disminución consecutiva de 15 años.

“Las presiones que han causado la afluencia en el pasado no han cesado y, de hecho, han empeorado debido a la pandemia. Si se percibe que habrá políticas más humanas, es muy probable que haya un aumento de llegadas a la frontera”, dijo T. Alexander Aleinikoff, director del Instituto Zolberg de Migración y Movilidad de The New School en Nueva York.

“Eso no significa que esa afluencia no pueda manejarse adecuadamente con un conjunto integral de políticas muy diferentes a las de Trump”, afirmó Aleinikoff, “pero se necesita una burocracia de buen funcionamiento para manejarlas”.

Biden ha prometido empezar a deshacer el “daño” provocado por las políticas fronterizas del gobierno de Trump. Ha declarado que acabará con un programa que ha enviado de vuelta a México a decenas de miles de solicitantes de asilo y que restaurará el papel histórico del país como un refugio seguro para las personas que huyen de la persecución.

Cualquier paso en falso correría el riesgo de repetir las equivocaciones de 2014 y 2016, cuando el gobierno de Obama tuvo que apresurarse a contener una afluencia caótica de migrantes provenientes de El Salvador, Guatemala y Honduras. Los grupos defensores de derechos humanos se indignaron cuando familias y niños fueron encerrados y las deportaciones se aceleraron. Los opositores intransigentes de la inmigración atacaron a Obama por permitir que decenas de miles de personas entraran a Estados Unidos y permanecieran en el país mientras sus casos de solicitud de asilo se procesaban en los tribunales, lo cual puede tardar años.

Y aunque Biden ha afirmado que frenará la construcción del muro, el proyecto insignia de Trump, no hay indicios de que su gobierno vaya a dejar de desplegar agentes en el campo y tecnología sofisticada para capturar a aquellos que crucen la frontera.

Clasificar y atender a los solicitantes de asilo de manera rápida y eficaz requeriría la intervención de más jueces. Las personas cuyas declaraciones no tengan suficiente fundamento tendrían que ser deportadas con celeridad. Se podrían reclutar trabajadores sociales, en lugar de agentes fronterizos, para tratar con los niños que cruzan la frontera. También se está considerando establecer un programa de gestión de casos a fin de garantizar que las familias se presenten a sus audiencias en los tribunales.

El gobierno de Biden buscará mejorar las condiciones en Centroamérica y solicitar la cooperación de México. En 2015, el exvicepresidente consiguió un apoyo bipartidista para destinar millones de dólares a asistencia para esos países, un apoyo que luego Trump congeló en su mayor parte, además, ha prometido combatir “las causas subyacentes que orillan a las personas desesperadas a huir de sus países de origen en primer lugar”.

No obstante, el gobierno entrante no ha dicho nada con respecto al Título 42, la ley de emergencia de salud pública que el gobierno de Trump invocó para justificar la expulsión inmediata de migrantes no autorizados hacia su último país de tránsito. Desde su promulgación en marzo, unos 300.000 migrantes, incluidos muchos que cruzaron hace poco en Arizona, han sido expulsados.

Irónicamente, la orden ha provocado un repunte de migrantes que intentan escabullirse hacia Estados Unidos. El hecho de que los dejen en la estación fronteriza, en lugar de deportarlos y enviarlos en avión de vuelta a sus países de origen, crea una oportunidad sencilla para intentarlo de nuevo.

A lo largo del arriesgado corredor migratorio en Arizona, donde las temperaturas bajaron a 2,7 grados Celsius bajo cero el fin de semana pasado, los agentes de la Patrulla Fronteriza respondieron a diez llamadas diferentes de migrantes al 911, y rescataron a más de dos docenas de hombres, mujeres y niños, entre ellos tres niños menores de 5 años.

“Antes, todos se entregaban nada más”, dijo John Mennell, portavoz de la Patrulla Fronteriza en Arizona. “Ahora han vuelto a correr y esconderse. Esas son las personas que suelen perderse. Los contrabandistas los abandonan; pierden cobertura celular y corren hasta que ya no pueden dar otro paso”.

El examinador médico del condado de Pima, que atiende el tramo más peligroso, ha recuperado los cuerpos de 216 migrantes en lo que va de este año, la cifra más elevada en una década y la segunda más alta desde que empezó a llevarse este registro en el año 2000.

Gregory Hess, el examinador médico principal y patólogo forense, dijo que muchas de las regiones donde la gente cruza son despiadadas. “Si algo sale mal y se te acaba el agua, no puedes sobrevivir con lo que hay a tu alrededor. No hay ningún río con caudal”, explicó.

Durante seis noches en el desierto, Mena y su compañero de viaje, Diego Palux, se acurrucaron para dormir en arroyos secos, que ayudaron a protegerlos de los vientos helados que levantaban la tierra y los desechos a su alrededor, según narraron.

Habían pedido dinero prestado para contratar a coyotes, contrabandistas que cobran hasta 15.000 dólares para guiar a los migrantes por el terreno accidentado y las montañas rocosas, hacia Estados Unidos. No obstante, se perdieron en un tramo repleto de cactus que se extendía hacia el horizonte. Para cuando los agentes los encontraron, ya no tenían comida ni agua en sus mochilas camufladas.

Sin embargo, al cabo de dos horas, ya estaban de vuelta en México, entre otros cien migrantes que habían sido detenidos cerca de Sasabe.

En Guatemala, los campesinos luchaban para mantener a sus hijos cortando caña de azúcar. Palux llegó a Mississippi en 2018, donde trabajó en una planta avícola hasta que fue deportado el año pasado. Mena había pasado seis meses en un centro de detención cerca de Phoenix, luego de ser capturado en la frontera el mismo año.

Se sentaron en un banco junto a otro guatemalteco, Samuel Alexander, de 28 años, quien apoyó su pie derecho hinchado y ampollado en su zapato. Los matones de su aldea habían amenazado con matar a su familia a menos que les pagara una “comisión” para seguir operando un pequeño restaurante, dijo. Para salvarles la vida, cerró el negocio y se dirigió hacia el norte, con la esperanza poco realista de que, si lo capturaban, los agentes fronterizos lo dejarían ingresar a Estados Unidos después de escuchar su historia.

“A los oficiales no les importó”, dijo llorando. “Me dijeron que no puedo pedir asilo debido a la pandemia”.

Los migrantes devoraron sándwiches de pollo, copas de fruta y barras de cereal que les ofrecieron dos voluntarios estadounidenses. Dora Rodriguez, quien trabaja con un grupo llamado Tucson Samaritans, cubrió sus hombros con mantas negras y blancas y no se resistió cuando Alexander se acercó a abrazarla.

“Las cantidades que estamos viendo no se comparan con épocas normales debido a la pandemia, y hemos escuchado de más migrantes desplazados por los huracanes”, dijo Rodriguez, quien administra una organización humanitaria sin fines de lucro llamada Salvavision.

“La gente piensa que un gobierno nuevo abrirá la frontera y le dará la oportunidad de quedarse”, explicó Rodriguez. “Se espera que lleguen grandes cantidades de personas”.

Sasabe, un pueblo pobre con caminos de tierra llenos de baches y estructuras de adobe en ruinas, ha florecido nuevamente como un lugar importante para los coyotes.

Camionetas nuevas con vidrios polarizados rugían por las carreteras en una tarde reciente, se veían fuera de lugar en esa ciudad desolada donde apenas había una persona afuera.

Además de atún enlatado, frijoles y refrescos, la única tienda de abarrotes en la carretera principal, que tiene el apropiado nombre de “Super Coyote”, tenía camisas y pantalones de camuflaje, mochilas y pantuflas, así como jarras de agua negra para los migrantes que enfrentan largas caminatas en el desierto.

Cada hora, al parecer, una camioneta de la Patrulla Fronteriza se detenía en el puerto de entrada para expulsar a más migrantes.

De un vehículo salió un joven con una camiseta roja de Nike, raspaduras en la frente y las mejillas, que no parecía tener más de 15 años. El joven, Francisco Velásquez, dijo que esperaba llegar hasta Florida para trabajar en la construcción y enviar dinero a su familia. “El huracán Eta se llevó mi casa”, dijo. “No nos queda nada”.

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