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Viacrucis de un migrante mexicano

Publicado el 8 de abril de 2012
por Humberto Ríos en Milenio

 

Cruzó parte de EU. En Nuevo Laredo le cobraron casi 2 mil dólares por legalizar su auto. Le dijeron que lo más seguro para llegar a su pueblo era por el Edomex, pero ahí fue extorsionado dos veces por la policía.

Horas después de haber partido de Guanajuato, luego de un extenuante viaje desde Carolina del Norte, el migrante continuó su periplo hacia la costa de Guerrero, ahora acompañado de su esposa y dos hijos, hombre y mujer, y escogió el Estado de México como ruta segura; pero fue ahí donde enfrentaría dos pesadillas.

Días antes.

El domingo 18 de marzo, tras el volante de una Nissan, modelo 2001, había salido de Greensboro, Carolina del Norte, donde vivió 11 años, y atravesó Atlanta, Alabama y Missisipi, entró a Texas, por Houston y San Antonio, y de ahí a Nuevo Laredo, en la frontera, adonde recaló un día después.

Tenía la intención de legalizar su vehículo. Una empresa le presupuestó el trámite en mil 420 dólares, cantidad que desembolsó, y le dijeron que en cinco días estaría todo listo, pero ese lapso se alargó. Le dijeron que para agilizar el papeleo tenía que sufragar otros 150 dólares.

Él y otro amigo esperaron a que llegara el jueves 29 de marzo, día en que, ya legalizado el auto, partieron de Nuevo Laredo, Tamaulipas, y pasaron por Coahuila, Nuevo León y San Luis Potosí, hasta llegar a Guanajuato, donde el migrante esperó ocho días, pues de ahí es su esposa, a quien conoció en Estados Unidos. Su camarada se quedó en esa entidad.

Le habían sugerido tener mucho cuidado durante su ingreso al país. Por eso, cuando el migrante comentó entre paisanos que pretendía cruzar por Michoacán y salir a Puerto Lázaro Cárdenas, bordear por el litoral e internarse a la Costa Grande de Guerrero, hubo arqueos de cejas y le hablaron de probables riesgos.

Lo mejor es que cruces por Querétaro y el Estado de México, le dijeron, y luego el Distrito Federal y Morelos.

Hizo lo que tenía que hacer, sin mucho conocimiento de la geografía, y ese Jueves Santo salió, junto con su esposa y los dos niños, a las cinco de la madrugada.

El migrante, que desde el año 2001 trabajó en Estados Unidos como operador de montacargas y en fábricas de vasos desechables, entró al municipio de Tlalnepantla, sobre el Periférico, donde se le apareció una patrulla, la número 0147, cuyo conductor le mostró un supuesto reglamento de tránsito y le dijo que traía exceso de carga y que ese día no podía circular.

—No sea así, vengo con mi familia.

—Te hago la infracción y vas a pagar. Son 7 mil 200 de multa —le informó el agente, quien luego soltó su real intención—. Está bien, cuánto traes.

—Doscientos.

—Es muy poquito. Vamos hablando bien: dame 3 mil 500 y ya te vas. Si no, mando por la grúa.

—No los tengo.

—Dame mil 500 y te vas, y te doy una clave.

Y le dio mil 600 pesos y “la clave”, pero a los cinco minutos de recorrido lo detuvo un motociclista. El migrante le mostró el papelito verde con letras y números, y aquél le dijo: “Te puedes ir”.

Pero el muchacho ya no traía dinero y habló a casa de sus padres, en Guerrero, de donde se comunicaron con un tío a la Ciudad de México, y éste habló por celular con el sobrino, quien le pasó el teléfono a un viandante para que éste dictara la ubicación exacta: calle Morelos, colonia San Lucas Tepetlacalco, casi esquina con Bulevar Ávila Camacho, casi enfrente de Suburbia.

Hasta allá fue el tío.

Eran las tres de la tarde. El tío le prestó dinero y los invitó a comer en una fondita. Pasó un parroquiano, quien observó el vehículo y comentó:

—Escuché que le sacaron dinero. Así son estos perros. Le recomiendo que esperen aquí hasta que anochezca, porque les van a volver a sacar.

—Gracias.

—Yo sé lo que les digo.

Y dicho y hecho.

***

La familia, excepto un varón, se había ido a Estados Unidos en 2001. La idea era ahorrar y consolidar algunos proyectos, como adquirir un tractor. El padre trabajó como pintor de brocha gorda en Florida, con uno de sus dos hijos, mientras que su esposa se quedaba con el menor, ella trabajando y el niño en la escuela.

Eso fue hace diez años. Vivieron en diferentes partes, pero al final se asentaron en Carolina del Norte, pues era una zona donde convergían los intereses de todos y convivían con paisanos. El padre fue invitado a trabajar en un taller mecánico, pero el salario era muy raquítico y buscó otros empleos.

Un día de 2009 planearon el regreso al pueblo; pero en la víspera, camino al trabajo, el padre fue detenido por agentes de la migra, sobre la autopista a Florida, después de que él, su hijo y un amigo descendieran del auto a comprar un refrigerio y descansar un rato, pues el trayecto era demasiado largo.

El hombre había salido del restaurante, con la idea de meter la botana en el auto, pero en ese momento fue detenido por los agentes, quienes también le confiscaron el automóvil, donde traía un costoso juego de herramientas y otras pertenencias. Nada le devolvieron. Su hijo y el amigo observaron desde el restaurante. No podían hacer nada.

El hijo, ingeniero recién egresado de la Universidad de Guadalajara, había ido a trabajar a Estados Unidos, con el objetivo de comprar un aparato que le serviría en la práctica de su profesión, pues en México es muy caro; pero, ahora, asustado, regresaría al país con su madre y un hermano pequeño.

El padre, mientras tanto, estuvo detenido en una estación migratoria de Florida, y días después lo enviaron a otra de Texas, de la que, semanas más tarde, desnutrido y escuálido como una vara, fue echado por la frontera y ahí, en Nuevo Laredo, abordó un camión hacia la Terminal del Norte.

Era el año 2009 —no pisaba México desde 2001—, cuando fue el reencuentro con su esposa y sus dos hijos, así como un tercero, todo un arquitecto, que había crecido con sus abuelos, que murieron en 2006 y 2010.

Pero en Carolina quedaba otro hijo.

El de esta historia.

****

Después de transitar durante 15 minutos, sobre el mismo Periférico, lo detuvo una patrulla, la número 08915, de la policía estatal, cuyo conductor le dijo: “Esas placas no corresponden al país. ¿De dónde vienes?”

—De Carolina. Lo siento, pero no sabía que no podía circular con estas placas —dijo el muchacho, quien le mostró su licencia de conducir y los documentos que avalaban la legalización del vehículo—. No seas así, hombre…

—De qué otra forma nos podemos arreglar. Somos paisanos. Nos podemos echar la mano —concluyó el policía.

—Le doy 300 pesos, porque de veras que no me va a alcanzar ni para la gasolina.

— Dame 400 y ahí que muera. Ponlos ahí —dijo el policía, mientras extendía un pasquín.

No lo detuvieron en el DF, que fue largo el trecho que recorrió, ni en Morelos, ni en Guerrero, ni en estados del norte. Solo en territorio mexiquense.

Cerca de la medianoche llegó a casa de sus abuelos, y en ese momento, casualmente, recibió una llamada telefónica de su tío, quien escuchó del muchacho un agradecimiento y una pregunta que golpeó sus oídos:

—¿Por qué serán así, tío

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País

México

Temática general
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