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Entre la lucha por la integración y el racismo: así vive la nueva oleada de inmigrantes haitianos en Chile

Publicado el 31 de mayo de 2017
por Daniela Mohor en Univisión Noticias. Fotografía de Felipe Trueba/Efe.

Richardson y Sonia Saint Fort pensaron que encontrarían en Chile una manera de empezar de nuevo. Esta pareja de haitianos, padres de tres niños, quedaron casi en la ruina cuando un grupo de ladrones entró a su casa en Port-Au-Prince y se llevó todo lo que pudo encontrar. Entre lo que robaron había diez computadoras portátiles que Richardson, un licenciado en informática, usaba para hacer clases en su escuela de computación.

“Ya no teníamos medios y decidimos buscar nuevas oportunidades”, dice su mujer Sonia, quien en su país de origen trabajaba como institutriz. “Mucha gente migraba a Chile, teníamos amigos que nos decían que aquí la situación era mejor, que era un país más seguro”.

Mientras en Estados Unidos los haitianos recibieron con preocupación la noticia de la extensión del Estatus de Protección Temporal (TPS) por solo seis meses, en Chile el número de migrantes que vienen de ese país caribeño sigue aumentando de manera significativa. El censo de 2002 sólo contaba a 50 haitianos en Chile desde 2008, pero la cantidad de personas provenientes de ese país ha conocido un incremento que se disparó en 2016 pasando de 918 ingresos mensuales a más de 4,000 ingresos en el marco de pocos meses.

No se sabe con certeza cuántos haitianos hay en el país pero sólo en 2017, la Policía de Investigaciones de Chile prevé que podrían ingresar cerca de 48,000 haitianos y todo indica que su presencia seguirá aumentando.

“El que otros países cierren fronteras puede significar una recirculación de los flujos migratorios que es lo que estamos viendo ya. Algunos de los haitianos que usaban Chile como plataforma para irse a EEUU se van a tener que quedar. Brasil está en crisis y los haitianos de Brasil se están viniendo a Chile”, dice el sociólogo Cristián Doña, académico de la Universidad Diego Portales e investigador adjunto del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social.

Esta llegada masiva de haitianos ha enfrentado Chile a una serie de desafíos. Ellos no representan la población migrante más numerosa, pero son la primera comunidad no hispanoparlante que ha llegado al país en los últimos años, son afrodescendientes y más pobres que otros grupos de extranjeros. Tres obstáculos importantes a su integración, según los expertos, que han hecho más evidente que cualquier otra ola migratoria la inexistencia de políticas públicas destinadas a atender las necesidades de los migrantes.

“La ley de extranjería es una ley añeja, creada en 1975. Más que una política migratoria hay una ley migratoria que dice quién puede tener una visa y quién no, pero no habla de integración, no habla de participación, de nada de eso”, dice Doña. “Entonces ahora que tenemos flujos sustancialmente superiores, la pregunta no es qué tipo de visa les damos, sino que cómo hacemos para que sean parte de la sociedad chilena”.

Rodrigo Sandoval, jefe del Departamento de Extranjería (DEM), explica que en Chile los migrantes constituyen solo un 3% de la población y que, dentro de ese grupo, los haitianos son particularmente vulnerables, en parte porque llegan sin información sobre la realidad que los espera en Chile y quedan muchas veces desamparados.

“Aquí atendemos a 4,000 personas al día y de ellas por lo menos 800 deben ser haitianas”, dice Sandoval. “Casi ninguno de ellos, cuando llega a Chile, sabe que no puede trabajar hasta que tenga sus permisos en orden, por lo tanto vienen con dinero suficiente para el tiempo que se van a demorar en encontrar trabajo, pero no saben que en el modelo chileno eso no es rápido porque tú entras como turista, luego encuentras trabajo, haces tu contrato y después pides permiso para trabajar. Ese permiso toma seis meses. A veces, puede pasar hasta un año antes de que puedan trabajar”.

La desaceleración económica registrada en Chile en los últimos años no ha ayudado. Muchos de los haitianos que llegan hoy, lo hacen inspirados por compatriotas que llegaron en olas migratorias anteriores, cuando comenzaron a asentarse las primeras comunidades de ese país, producto de la presencia de chilenos en la Misión de las Naciones Unidas para la estabilización de Haití y de la ayuda chilena después del terremoto de 2010. Pero las oportunidades que encuentran hoy no se asemejan a las que existían entonces.

Eso es exactamente lo que les ocurrió a los Saint Fort. Richardson explica que se instaló en Chile con la idea de poder trabajar y estudiar para perfeccionarse en su área. Pero hoy apenas logra ganar suficiente dinero para poder subsistir a las necesidades básicas de su familia.

“Tuve que dejar los estudios para buscar trabajo. No he encontrado nada fijo, trabajo dos noches a la semana en un hotel, haciendo aseo. Es contradictorio”, dice y agrega que Sonia, su mujer, aún no puede trabajar porque no tiene los papeles para hacerlo. El mes pasado, ella se acercó a una iglesia para pedir ayuda, porque no les alcanzó el dinero para vivir.

“Nos faltan sábanas, suéteres, ropa de invierno para los niños. No tenemos nada para enfrentar el frío”, dice mientras mece en sus brazos al menor de sus hijos, de cuatro meses, que nació en Chile.

Marcelo Parra es director del colegio San Alberto, en Estación Central, una de las comunas de Santiago que más migrantes haitianos concentra.

Cuenta que el año pasado los alumnos haitianos representaban un 10% de las matriculas, pero este año subieron a 20%. Esa explosión demográfica los obligó a contratar un profesor que hable creole, y una asistente social que se dedica exclusivamente a la ayuda a los migrantes.

Ese tipo de iniciativas particulares por parte de organizaciones de la sociedad civil y del gobierno han constituido soluciones temporales. En algunos hospitales públicos, por ejemplo, se capacitó a matronas en creole para que pudieran atender a las haitianas. Otras instituciones cuentan con intérpretes. Pero no existe una instancia que coordine esos esfuerzos y les de una línea de acción a seguir.

El gran desafío de Chile, dice Sandoval, es desarrollar una política migratoria que se haga cargo tanto de preparar la llegada de los extranjeros a través de medidas de cooperación, como de facilitar su integración una vez aquí, para evitar que la migración se haga de manera “inorgánica y desprotegida” como ocurre hoy.

“El decreto que rige actualmente mira la migración como amenaza y le da el mismo tratamiento a un delincuente extranjero que a un irregular migratorio. Y uno de los grandes factores por los que la migración se da hoy día de forma poco segura es porque no desarrollamos en Haití ninguna explicación sobre cómo es el país para anticipar los factores de vulnerabilidad con los que nos encontramos aquí”, dice.

Pablo Valenzuela, vocero del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM), coincide: “Esta es una ley de migraciones que tiene un enfoque de seguridad pública y no de derechos”.

Abuso laboral, hacinamiento, empobrecimiento, racismo, dificultades en el acceso a la educación y la salud son, en este contexto, situaciones cotidianas para los haitianos en Chile.

Natalia Vásquez, asistente social del colegio San Alberto, cuenta que al visitar a los apoderados de los alumnos se ha encontrado con familias haitianas en situaciones muy precarias.

“Hay casas con 20 o 22 piezas en las cuales hay dos baños para todos. Y por pieza pueden pernoctar hasta 4 o 5 personas, con una sola cama y una mesa. Es una población muy empobrecida. Los niños llegan en polera de mangas cortas, a pesar del frío. Además hay niños con poca escolarización que no lidian solo con la barrera del idioma, sino que también con el problema de nivelación de estudios”.

Lucienne Marcelin, de 32 años, llegó desde Cap Haitien en febrero pasado con su hija de tres años. Su marido se había venido un año antes. Viven los tres, junto a otro pariente, en dos piezas en la comuna de Estación Central, por las que pagan 300 dólares, una renta altísima para el mercado local. No son los únicos en ser víctimas del negociado que hacen algunos dueños de inmuebles con los migrantes haitianos, que viven en un 52.8% de los casos en situación de hacinamiento. Sonia y Richardson pagan los mismos 300 dólares que Lucienne y su familia, pero por una sola pieza que les costó conseguir porque tenían “demasiados hijos”. Duermen todos en una cama.

Otro problema al que se enfrentan los haitianos son los contratos falsos, que les venden para que puedan conseguir papeles, pero que son fácilmente identificados por el Departamento de Extranjería (DEM), poniendo en riesgo su posibilidad de regularizar su situación en Chile. Según Rodrigo Sandoval, jefe del DEM, éstos constituyen un 10% de los contratos presentados para obtener visa.

Pablo Valenzuela, del SJM, explica: “Hay una arbitrariedad en el ejercicio de los derechos migratorios porque esta ley plantea que para pasar de la visa de turista a la de trabajo tiene que haber un contrato, por lo tanto la regularización depende de un privado. Eso permite esta posibilidad del abuso con la compra de contratos falsos”, lamenta.

Paul Jean-Baptiste lleva nueve meses en Chile. Toma clases de español en el SJM dos veces a la semana. Consiguió un permiso de trabajo temporal cuando el Servicio Nacional de Menores (Sename) lo contrató para hacer un reemplazo como secretario, durante tres meses. Hoy trabaja de noche en un hotel. Lo más difícil para él ha sido no poder trabajar en algo relacionado con lo que estudió, la economía. Y enfrentarse al racismo.

“En el Sename, yo era el único negro, y había mucho racismo. Había una persona que me decía ´Paul, tú presencia aquí me asusta´. Supuestamente eran bromas, pero yo se que no eran solo palabras. Otra gente me decía que tuviera cuidado”, dice.
En los colegios es un problema recurrente. Sonia Saint Fort cuenta que su hija fue golpeada por compañeros. Marcelo Parra, director del San Alberto, confirma que se producen conflictos.

“Hay un racismo explícito y otro que no es tan evidente que tiene que ver incluso con algunos paternalismos. Y los niños son bien crueles. El año pasado tuvimos una alumna destacada que me dijo un día ´Director, a mí todos los días en este colegio alguien me insulta por mi color de piel.´ Se siguen reproduciendo fórmulas instaladas en las familias y eso hay que trabajarlo”.

A pesar de las dificultades Sonia, Richardson, Lucienne y Paul no pierden la esperanza de un mejor futuro. Sonia sueña con que su marido encuentre un buen trabajo, y que se consigan una “casa confortable para los niños”. Lucienne solo quiere que le alcance para terminar el mes y que su hija pueda recibir educación. Paul quiere dignidad.

“Mi objetivo al venir no era solo trabajar, sino que estudiar también. (La presidenta Michelle) Bachelet cuando fue a Haití dijo que haría acuerdos universitarios, así que espero que homologuen mi título”, dice, antes de agregar: “No vinimos aquí para hacerle el aseo a los chilenos, vinimos para aportar nuestros conocimientos. Si no podemos hacerlo, nos devolveremos”.

Según Rodrigo Sandoval, del DEM, ese es un riesgo que Chile no se puede permitir, debido a la baja de la tasa de natalidad que no supera el 1,9 hijos por mujer y el rápido envejecimiento de la población.

“En los próximos cinco o diez años vamos a tener un porcentaje cercano al 25% de la población dependiente del Estado ¿Cómo vamos a mantener este país con la tasa de natalidad que tenemos?”

El futuro, sin embargo, es incierto. La proximidad de las elecciones presidenciales de noviembre de 2017 en Chile ha vuelto a poner el debate sobre la necesidad de establecer políticas migratorias ajustadas a las necesidades actuales en la mesa, pero no existe ningún tipo de consenso respecto a las medidas a tomar ni una clara voluntad política de hacer algo más allá de denunciar los abusos.

Distintos candidatos de la derecha, entre ellos el expresidente Sebastián Piñera, causaron polémica al anunciar su intención de endurecer las leyes migratorias. Es una postura opuesta a la que adoptó la presidenta Michelle Bachelet, cuyo gobierno adelantó en enero pasado que presentaría un proyecto ante el Parlamento que apunta a flexibilizar el ingreso y la permanencia de migrantes y catalogar su derechos y deberes en temas como salud, educación y trabajo. Pero el plan aún no ha llegado al Congreso.

“Me aburre que el discurso sea qué hacer para controlar la migración. La pregunta debiera ser qué hacemos para que vengan más migrantes, para que no dejen de escoger Chile”, dice Sandoval. “Si el debate político no se hace cargo de la política migratoria va a haber niveles de conflictividades sociales enormes en los próximos años”.

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