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Tijuana y San Diego: vecinos, pero en mundos diferentes

Tijuana y San Diego: vecinos, pero en mundos diferentes

Publicado el 13 de junio de 2016
por Roxana Popescu/Especial para Union Tribune en Hoy Los Ángeles

En ambos lados, los viajeros jalan de maletas con ruedas, los taxis esperan para trasladar a la gente a través del tráfico pesado, y la gente compra tacos en la calle al estilo Tijuana con dólares, charlando tranquilamente en español o en english.

Miles de millones de dólares cruzan la frontera cada año en la región San Diego-Tijuana. Y en ambos lados, hay personas que desean poder cruzar la línea, pero no pueden. Algunos esperan horas o días para poder cruzar a través del puerto de entrada terrestre más transitado del hemisferio occidental. Algunos pueden esperar, por papeles, por amnistía, de por vida.

La construcción de un muro a lo largo de mil millas de la frontera sur de Estados Unidos fue una de las primeras promesas de campaña del candidato presidencial republicano Donald Trump, quien estuvo en San Diego recientemente. Algunos consideran la idea costosa, innecesaria o redundante, dada la tecnología como los aviones no tripulados. Otros lo han llamado una mejora en la seguridad sobre el actual sistema de barreras interrumpidas, así como una barrera más eficaz contra la inmigración ilegal.

Para las personas que viven en el sur de San Ysidro y la Zona Norte de Tijuana, que corre paralela a las vallas al sur de San Ysidro, un muro no es solo una hipótesis.

La primera valla metálica con cadenas entre estas dos áreas fue construida en la década de los cincuenta, y más tarde fue mejorada con planchas metálicas militares recicladas. En 1994, con la Operación Guardián, la ley federal destinada a detener la inmigración ilegal, autorizó más cercas, y en 2006 otro proyecto de muro fue aprobado mediante la Ley del Cerco Seguro. Hoy en día, la frontera de Estados Unidos en San Diego tiene la distinción de tener no una, sino tres vallas en algunas secciones de la frontera por una ley de 1996.

Tijuana y San Diego

Rachel Quintana se trasladó desde Oakland a San Ysidro con sus nueve hijos para estar más cerca de la frontera, y poder cruzar para ver a su marido que fue deportado.

(Peggy Peattie / San Diego Union-Tribune)

“Atraviesa las líneas de partido y de áreas de gestión administrativa”, dice Alejandra Castañeda, académica especialista en política de inmigración de El Colegio de la Frontera Norte en Tijuana, acerca del crecimiento de la valla.

¿Qué cambió con la construcción de una valla entre los barrios que en cierto sentido crecieron juntos, que antes fueron accesibles a pie, y que todavía están estrechamente interconectados, pero que también se sienten, en cierto modo, como si fueran un mundo aparte?

Tijuana y San Diego

Jim Martin, que ha vivido en un rancho en San Ysidro durante décadas, dice que cuando se trasladó allí en la década de los setenta, veía cientos de inmigrantes indocumentados al día.

(Peggy Peattie / San Diego Union-Tribune)

“Impactó completamente los cruces irregulares”, haciendo que las personas se fueran al este, hacia el desierto, dice Castañeda. Ellos comenzaron a utilizar las mismas rutas que los traficantes de drogas, lo que hizo que sus viajes fueran mucho más peligrosos, dice.

Ella nombró otra consecuencia. “Antes de que el muro fuera construido, el flujo era más fácil. La gente simplemente iba de ida y vuelta”. Después, la gente escogió un lado y se quedaron allí, ya que era más difícil cruzar.

Ev Meade, director del Instituto Transfronterizo de la Universidad de San Diego, dice que las barreras son, hasta cierto punto, comprensibles, pero sus costos no deben ser desestimados.

“No es que no sea lógico tener una valla en áreas particulares”, dice Meade. “Si nos fijamos en cómo era antes y entrevistas a personas o recordamos la inmigración indocumentada en San Diego en los años ochenta y noventa, había gente que corría y cruzaba la Interestatal 5, o también había gente que cruzaba por los patios y callejones de la gente que vivía en Chula Vista e incluso hasta tan lejos como Temécula”, indicó el académico.

La inmigración neta desde el sur no disminuyó después de la Operación Guardián debido a que el flujo de migrantes no autorizados se desplazó hacia el este. Empezó a bajar en el 2000. Esta disminución, de acuerdo a Meade, era debido a que la economía de México mejoró, coincidió con el final de un ciclo de migración entre México y Estados Unidos, además de darse un descenso de la natalidad y el envejecimiento de la población en México, y también coincidieron con otros factores negativos, como guerras por las drogas.

Un informe publicado en abril por el Servicio de Investigación del Congreso, dice, sin embargo, que las mayores medidas de seguridad por parte del Servicio de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos, probablemente jugaron un papel importante. Según el informe, “esclarecer cuáles han sido los efectos de la vigilancia frente a otros factores que influyen en los flujos migratorios es particularmente difícil en el caso actual, debido sobre todo al cambio en los esfuerzos más significativos de vigilancia y control, entre los cuales están: una parte considerable de personal nuevo para el control fronterizo, construcción de nuevas vallas, nuevas estrategias de vigilancia y control en la frontera, y la entrada en vigor de muchas de las nuevas medidas de migración dentro de los Estados Unidos, todo ello teniendo lugar al mismo tiempo que se producía la recesión más grave desde la década de los treinta. Sin embargo, la caída en las tasas de reincidencia, sugiere que una proporción creciente de migrantes están siendo disuadida por los esfuerzos de vigilancia y control de Aduanas y Protección Fronteriza”.

Al norte y sur de la frontera de San Ysidro, la gente dice que las cercas paran la violencia en sus barrios. Entre ellos se encuentra Faustino Guerrero, que ha vivido en la Zona Norte de Tijuana durante 30 años. “Antes era bastante peligroso toda la gente de por aquí, porque venían de todas partes de la República. Francamente, estaba lleno de conflictos”, dice.

Las personas también dijeron que eran conscientes de que otros factores afectaban la migración más que el muro.

“Lo que ha sido más eficaz ha sido la recesión y luego la vigilancia y control real de la frontera”, dice Genaro Valladolid, un agente de bienes raíces comerciales en Tijuana. “El muro, la gente puede pasarlo por encima y por debajo. (…) Mi opinión es que el muro es solo un impedimento físico que en realidad no hace mucho”.

Una cosa está clara: Conforme la frontera oeste en el Puerto de entrada de San Ysidro se hizo más difícil de romper, tanto en San Ysidro como en el barrio que surge como reflejo en el sur, se veían menos migrantes. Para las personas de ambos lados ha habido un costo humano por las vallas, ya que las familias se dividieron y los riesgos para los migrantes que cruzan la frontera se hicieron mayores.

Lo que ha cambiado en el norte

En 2004, una década después de que la Operación Guardián se pusiera en marcha, el paisaje urbano, unas yardas al norte de las vallas en San Ysidro, se transformó.

“Hay centros comerciales y urbanizaciones justo al lado de la frontera, lo cual era imposible que sucediera en el entorno pre-Guardián”, dice al San Diego Union-Tribune en 2004 Jeffrey Passel, investigador del Instituto Urbano, una organización de investigación de política económica y social no partidista en Washington, D.C.

Según Meade, el crecimiento económico no era un subproducto del muro. “El desarrollo regional ocurrió a pesar del crecimiento de la frontera, no como resultado de la misma, y el costo humano de la valla fronteriza es totalmente injustificado”, dice.

A unas pocas millas al oeste de la densa zona comercial en San Ysidro y el cruce fronterizo, el ambiente era tranquilo en una ventosa mañana de mayo. Jim Martin compró un rancho allí hace 39 años, pagando 35 000 dólares por cinco acres. Antes de las cercas fronterizas, Martin cruzaba fácilmente a México y regresaba.

“Al final del día, ensillábamos nuestros caballos y montábamos hacia México, sin ninguna cerca de por medio, y tomábamos una cervezas. A veces les pagábamos a los niños un poco de dinero para que cuidaran los caballos”, dice Martin. “No había ninguna cerca. Se podía andar a través de este cañón”. La primera vez que se trasladó allí, en la década de los setenta, el tráfico humano era avasallador, dice. “Veía doscientos o trescientos al día, ¡en un día!”, dice Martin, hablando de los migrantes indocumentados que iban hacia el norte. Martin dice que los contrabandistas y los agentes fronterizos por igual maltrataban a los migrantes. Martin dice que atrapó a un contrabandista intentando violar a una niña. También afirmó que presenció el tráfico de drogas, en una ocasión, un agente federal estuvo implicado. Eso ocurrió hace al menos 20 años, dice.

Años después, el impacto más obvio de las vallas fue que cortaron el tráfico humano en dirección norte de manera significativa, pero no inmediatamente. Las estaciones de la Patrulla Fronteriza de Imperial Beach y Chula Vista vieron una caída del 94 por ciento en las detenciones entre los ejercicios fiscales de 1993 al 2004 -de 321 560 a 19 035-, según un informe del Congreso de 2007 sobre la cerca fronteriza de San Diego, destacando que más personal, más sensores bajo tierra y una flota de vehículos más grandes fue lo que contribuyó.

El informe también encontró que “las detenciones se mantuvieron estables durante la década de los noventa en el sector de San Diego, a pesar de la construcción del primer muro en 1993”. Solo después de que la triple valla se construyó el flujo cayó, a partir de finales de 1990.

Jaime Ornelas, que solía vivir no muy lejos del rancho de Martin, notó una caída en el tráfico de migrantes después de que las vallas se levantaron. La gente solía pasar a través de su propiedad por la noche, seguidos de lo que él llamó agentes de Seguridad Nacional. Ambos se cruzaban, sin ser bienvenidos, en los patios traseros de la gente, dice.

Más tarde se trasladó a Coral Gate, a poca distancia al este de San Ysidro, una urbanización con bonitas casas unifamiliares y grandes árboles a través de calles onduladas. La frontera está a unos 500 pies al sur, pero rara vez es visible debido a una gruesa pared que rodea la comunidad. Sus casas fueron construidas después de la Operación Guardián en 2001.

Lo que ha cambiado en el sur

Directamente al sur de Coral Gate está la Zona Norte de Tijuana, un área con problemas que están en vías de recuperarse que alberga a la zona roja de la ciudad. En una tarde reciente, Tom Zárate estaba sentado en las escaleras afuera de un refugio para migrantes, visitando amigos allí. Cuando era niño, cruzar la frontera en Tijuana era muy divertido y fácil, dice. “Recuerdo cuando solía ser una cerca de malla de gallinero”, dice. “Cuando éramos niños, podíamos ir al otro lado de la frontera y explorar. Y la Patrulla Fronteriza era diferente de ahora. Ellos nos compraban algo, como hamburguesas y nos daba un dólar para el autobús, eran buenas personas”.

Para llegar al norte, atravesaba “el cerco de verdes arbustos”, dice. Desde donde estaba sentado, la valla situada más al sur estaba tal vez a 50 yardas de distancia. Estados Unidos, dice, se siente “bastante cerca, y aun así tan lejana”.

Su inglés es tan bueno como el que se esperaría de un graduado de Torrey Pines High School, a la que asistió como inmigrante no autorizado. Después de 25 años en los Estados Unidos fue deportado.

Por la Zona Norte, el muro “cambió todo por completo. Hay mucha menos delincuencia. ¿Recuerda que solía haber una gran cantidad de muertes? Mucha personas murieron tratando de llegar al otro lado”.

Zárate trajo a colación la pared de Trump, que comparó con la Gran Muralla China. “No los culpo, porque ha habido, desde que éramos niños, una gran cantidad de tráfico. Una gran cantidad de drogas y de indocumentados “, dice Zárate.

Sentado en un escritorio dentro del refugio, Marco Antonio González, el gerente temporal de la propiedad, que fue deportado hace 13 años, estuvo de acuerdo en que un muro tiene sentido. “Es algo bueno. Tratando de mantener las drogas y la violencia fuera de los Estados Unidos”, dice González.

González quiere reunirse con su madre y su hermana en Estados Unidos. Pero está esperando volver a entrar legalmente, sobre todo porque él no quiere meterlos en problemas.

Otras barreras

 El terrorismo. La economía. Estas son algunas de las macro fuerzas que pueden ser más eficaces que cualquier barrera física al trazar una línea entre las naciones y mantener a la gente en su propio lado de la frontera. Esther Solís, una agente de bienes raíces de Tijuana, dice que la Zona Norte está cambiando rápidamente. Calles recién pavimentadas, trabajos de pintura fresca, presencia pulida de la policía y otras mejoras están atrayendo a los inversionistas. Las calles corren en una cuadrícula allí, y cuando se mira hacia el norte, se obtiene la misma vista: la valla y los Estados Unidos detrás de ella. Una camioneta de la Patrulla Fronteriza conducía lentamente hacia el este por un camino de acceso detrás de la valla mientras ella describía el cambiante barrio. ¿Impresiona ese tipo de vista?

“Somos indiferentes a ellos, porque estamos acostumbrados. Hemos vivido con las autoridades de inmigración desde siempre. Antes, solían ser más familiares. Había una sensación diferente hacia ellos. Después del 9/11, se retiraron. “Si hay algo que ha cambiado el barrio y a Tijuana en términos más generales, fue el 9/11, fue lo que llevó a que los controles fronterizos se hicieran más estrictos, dice Solís. Los deportados miembros de pandillas salvadoreñas también crearon problemas en Tijuana igualmente después del 9/11, añade.

“La cerca no nos afectó”, dice. A pesar de que la frontera física entre los puertos de entrada se ha vuelto más impermeable, la economía binacional de la región ha aumentado, con cantidades crecientes de dinero y bienes que fluyen en ambos sentidos. Los carriles SENTRI han reducido los tiempos de espera para los viajeros en la frontera. Los acuerdos comerciales están uniendo las economías de Baja California y de Estados Unidos, dice Meade.

Pero para Ángela Alcocer, la concentración física de la frontera es irrelevante. Las barreras económicas y de salud son el problema. Justo afuera de la entrada peatonal a Tijuana, Alcocer vende fruta orgánica a precios económicos.

Las canastas de fruta cuestan un dólar –las cerezas que son actualmente las mejor vendidas, son la excepción: a dos dólares una canasta-.

“Para nosotros, el tipo de cambio es el problema más grande”, dice en español. El peso ha caído un 20 por ciento en el último año. La producción agrícola de México es enorme; sin embargo, Alcocer vende moras en Estados Unidos con cajas que están marcadas como Made in México a los compradores que van hacia el sur, lo que las traerá de regreso a México.

Los precios son más altos al sur de la frontera, dice, porque las empresas embarcan la producción agrícola hacia el norte, y solo dejan el excedente en México.

 Rachel Quintana quiere ver caer la cerca. Pero para ella, la política de inmigración, no la valla, es el obstáculo. Quintana de 37 años vive en San Ysidro con nueve de sus 12 hijos, en un departamento de los más cercanos al cruce de la frontera. Al sur de eso está Jack in the Box, McDonald’s, algunas tiendas y después México. Cada vez que se puede permitir unos pocos segundos, se pone de pie por la puerta y mira hacia el sur. “Mi marido está ahí, por las antenas”, dice, mirando hacia una ladera en Tijuana oscurecida con casas. Ella no puede ir hacia el sur debido a problemas logísticos, no tiene auto, ni pasaportes para sus hijos, y nadie puede cuidar a los niños, y él no puede venir al norte, ya que fue deportado. Para Quintana, México está tan cerca y tan lejos a la vez.

Tres millas al oeste, Heather Brown trabaja como domadora en un rancho de caballos. Ella pasea a la gente en la playa, cuando hay invitaciones para eventos especiales. Ahí, son aún más raros los “ilegales”, que ella vio tres veces en dos años, mirándolos más asustados que ella, dice. “Ellos te ven, y sus ojos se abren muy grande, y luego corren hacia el otro lado”, dice. Desde el mostrador donde recibe a los clientes, ella no puede ver la valla. A esa distancia, a unos cientos de yardas, es una línea delgada que raya la ladera de las colinas polvorientas. “Es solo una valla que separa toda una cultura. Es como todo un mundo aparte, y es solo una pequeña valla metálica la que lo separa”, dice. “Es algo alucinante”.

Brown dice que los gobiernos de las ciudades, las reglas, los idiomas y las sociedades son muy diferentes. Pero tan cercanas. “Es decir, si usted está parado al final de nuestra entrada, y si es bastante bueno con una pelota de golf, es posible que la pueda lanzar hasta allá”, dice.

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